sábado, 24 de agosto de 2013

Mi vecina quiere presentarme a su gato:


Mi vecina quiere presentarme a su gato, es el segundo libro de Miguel Abollado Rego, quien debutó en el panorama literario con La Danza de los malditos, novela de intriga en torno a las pinturas negras de Goya.

Esta segunda novela, supone un cambio radical de registro, ya que Abollado pasa del Thriller al humor. Y es que Mi vecina quiere presentarme a su gato, es un libro que podríamos tildar "de género de entretenimiento", en el que el autor nos presenta a un protagonista bastante cafre, que se gana la vida como profesor de matemáticas en la Universidad, y que literalmente pasa de todo, de la gente, de los convencionalismos, de la dieta...

A pesar de ser un tanto antisocial, tiene aprecio a su familia, y a su amigo de la infancia. El personaje se nos hace simpático desde el primer momento, pues pese a todos sus defectos, o precisamente por ellos, creo que cualquier lector se puede sentir identificado con alguno de los aspectos de su personalidad. A mi particularmente me ha encantado como desdeña a la gente que no le interesa, algo que yo llevo haciendo toda mi vida. Por no hablar de su amor por el cine y la comida, dos de mis grandes pasiones. 

La historia nos lleva de Madrid a las playas de Cádiz, las cuales obviamente el autor conoce de primera mano, en busca de la novia de un amigo, la reconciliación de sus padres, y una huida a Marruecos.  

La historia transcurre ágil, y con ritmo constante, sin que en ningún momento nos deje de entretener.

Un libro perfecto para leer en la piscina o la playa.  

Memorable, la escena en la sala de espera del médico. Real como la vida misma.

jueves, 27 de junio de 2013

Una vacante imprevista:


Una vacante imprevista, es la primera incursión de J.K. Rowling en la Literatura para adultos. Y sinceramente, tengo que decir que me ha sorprendido, y mucho.

Yo he sido de esos adultos que han leído la saga de Harry Potter, con la misma avidez que un niño, y no me esperaba un cambio de registro tan abrupto. La autora ha dejado a Ron, Harry y Hermione, muy lejos.

Hay que comenzar por decir que se trata de un libro duro, muy duro, donde se degüella a la sociedad británica, a través de sus distintas clases sociales. Por como está narrado, se vislumbra el origen humilde de la autora, y su apoyo a aquellas personas que deciden mejorar en la vida a través del esfuerzo propio.

La acción se sitúa en el idílico pueblo de Pagford, en el West Country inglés. Se nos plantea un escenario de cuento de hadas, el típico pueblecito con una bonita plaza, una abadía gótica, y muchas casas todas iguales. Pero entre Pagford y la vecina ciudad de Yarvil, se ubican Las Prados, una barriada de casas de realojo a la que nadie quiere acercarse ni enfrentarse.

La protagonista, Krystal Weedon, es una adolescente de dieciséis años, que asiste al instituto en Pagford, pero que vive en Los Prados con su madre yonqui y prostituta, y su hermano de tres años, al que ella cuida.

La novela comienza cuando uno de los concejales del Ayuntamiento de Pagford, Barry Fairbrother muere repentinamente, dejando una concejalía vacante, ahí el título de la novela. Poco a poco, descubriremos que el acaudalado Fairbrother al que todo el mundo quería en Pagford, había crecido en Los Prados, y salido de allí gracias a su arrojo y buenas notas, y era a su vez la única persona que quería ayudar a Krystal, en la que se veía a si mismo.

No voy a desvelar más del argumento, porque esta novela merece ser leída, y que el lector descubra las sorpresas que se encierran tras los muros de las casas de Pagford, así como el impactante final. A mi me ha dejado varios días pensativa, y con un sabor de boca agridulce.

Es una novela de las que te atrapan sin remedio, buscando cualquier momento para dedicarlo a su lectura. Como ya hiciera en la saga de Harry Potter, maneja con soltura a un gran número de personajes, pues vemos desfilar ante nuestras narices a prácticamente todo el censo de Pagford y gran parte de Los Prados, dotando asimismo a cada personaje de unas características propias y bien definidas.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención, es todo el sistema de ayudas británico. Tienen una de las peores sanidades públicas del mundo, y por otro lado hay tantas ayudas sociales que hay gente que se puede permitir vivir toda su vida sin trabajar, y hasta tienen garantizada una vivienda. Eso en España es impensable. Otra cosa chocante, es el nivel educativo en las escuelas públicas, Krystal Weedon, ha sido escolarizada toda su vida, y a sus dieciséis años apenas sabe leer, me parece absolutamente increíble. En contraposición, las gemelas Mollison reciben una carísima y esmerada educación en un colegio de pago. ¿Y ese se supone que es uno de los principales países de Europa? por lo menos autocrítica no les falta.

Mención aparte merece el personaje de Robbie Weedon, el hermanito de Krystal, ese desvalido niñito de 3 años, desatendido y sucio en aquel horrible ambiente, del que sólo se preocupa su hermana. Probablemente me ha tocado más la fibra sensible porque mientras leía el libro, tenía a mi lado en su hamaquita a mi bebé de tres meses.

El mundo editorial:


Todo escritor escribe para ser leído, lo reconozca o no. Muchos dicen que lo hacen como forma de expresión, o como una manera de desahogo, y es cierto, pero el destino final, siempre, es ser leído, algo que tradicionalmente se ha hecho a través del mundo editorial.

Todos hacemos lo mismo. Cuando terminamos un manuscrito, lo registramos y comenzamos el envío masivo a todas la editoriales que podamos, cuantas más mejor. Es obvio que los editores reciben muchísimos manuscritos, pero su forma de enfrentarse a ellos y sus autores es muy variada, y en muchas ocasiones no tiene nada que ver con el tamaño de su editorial.

Mi marido siempre compara el intentar publicar con buscar un empleo, por lo arduo e infructuoso de la tarea.

La mayoría directamente ni te responden, lo que me parece que aduce de una falta de educación de proporciones bíblicas. No cuesta nada mandar una cartita o un correo electrónico rechazando el libro, aunque sea una carta tipo de esas de "no entras en nuestra línea editorial", da igual, por lo menos te han respondido, y no te quedas esperando por los siglos de siglos.

Luego están las que te dicen directamente es su Web que no admiten manuscritos, y que no estudian los no solicitados. A mi eso me parece una prepotencia increíble, es como decir, a ver, vosotros, escritores no conocidos de mierdecilla, como oses mandarnos tu no solicitado ejemplar te vamos a mirar por encima del hombro sin perdonarte la vida. Se les olvida que hasta J.K Rowling fue en algún momento una autora novel, y que una editorial sin los escritores, no es NADA.

También tenemos las supuestamente enrolladas, que ponen en su Web toda una parafernalia relativa a que ellos apoyan a los autores, y que si, que mandes tu ejemplar, y puede que hasta te manden un correo diciendo que pasas al comité de lectura. Pero luego no se molestan en contestarte, ni para darte una negativa.

Finalmente están las editoriales serias, las que se leen todo lo que les llega, aunque sean editoriales realmente grandes, y que pasados unos meses, se dignan remitirte una carta, hasta incluso teniendo el detalle de devolverte el ejemplar enviado (que la encuadernación no nos la regalan), acompañada de una educada carta de rechazo. Da gusto.

Señores editores, la educación y la humildad, son dos cualidades que nunca debieran olvidar, por muchos ejemplares que reciban.

viernes, 24 de mayo de 2013

Nuevo blog

Hola a todos,

Como últimamente estaba empezando a mezclar churras con merinas, como se suele decir, he creado un nuevo blog dedicado a la maternidad, y voy a dejar éste sólo para temas relacionados con la Literatura, y, bueno alguna parida varia.

Por eso, he eliminado de este blog las entradas publicadas sobre mi embarazo y parto, y las he colgado en el nuevo.

Dejo aquí el enlace:

http://diariodemamanovata.blogspot.com.es/

sábado, 4 de mayo de 2013

Misión Olvido:


El segundo libro de María Dueñas, "Misión Olvido", marca un cambio de registro respecto de su anterior novela "El tiempo entre costuras". Si su primera novela nos llevaba hasta el Marruecos colonial y el Madrid de la postguerra, para sumergirnos en un relato de aventuras y espionaje, con ecos del diecinueve, su segunda publicación nos lleva al mundo de las universidades norteamericanas, con el trasfondo del desamor y las segundas oportunidades.

La protagonista es nuevamente una mujer fuerte, que tiene que rehacer su vida tras un desafortunado divorcio, para lo cual se traslada al otro lado del mundo, en concreto a la pequeña localidad de Santa Cecilia en California, para, con el pretexto de hacerse cargo de organizar el legado de un antiguo profesor universitario de literatura española, Andrés Fontana, tratar de recomponer los trozos de su vida.

En Santa Cecilia se encontrará con un ambiente universitario muy diferente del que ella está acostumbra en la Facultad de Filología Hispánica de la Universidad Complutense de Madrid, así como una serie de personajes (hispanohablantes, por supuesto), que la harán olvidarse por un momento de su tragedia personal, y centrarse en precisamente el trabajo que era la excusa para ir allí, el profesor Andrés Fontana. 

En paralelo, y en capítulos alternos, la autora nos cuenta la vida de Andrés Fontana. De como un afortunado apadrinamiento le permitirá, pese a sus humildes orígenes, primero obtener el título de bachiller en una España llena de analfabetos, y segundo obtener un titulo universitario, para finalmente acabar sus días como profesor en diversas universidades americanas, tras imponerse un autoexilio voluntario ante el estallido de la Guerra Civil.

La historia de Andrés Fontana dará paso a la de su discípulo, Daniel Carter, quien emprenderá el viaje inverso, de Estados Unidos a la España de los años 60, en busca de información para una tesis doctoral sobre Ramón J. Sender. Algo que le llevará a estar unido de por vida a nuestro país.

En el presente (o en el pasado, ya que la historia se sitúa en los albores del S.XXI), un Daniel Carter convertido en académico de prestigio en su país, guiará los pasos de la protagonista, no sólo para desentrañar que hay detrás de los papeles que Fontana legara a su Universidad, sino también para poner un nuevo rumbo a su vida.

Finalmente descubriremos que Misión Olvido no es el objetivo de la protagonista, sino el nombre de una misión franciscana de la época de la conquista española, que estuvo asentada en Santa Cecilia en los mismos terrenos en los que ahora quieren construir un centro comercial. Construcción que se verá trastocada al terminar la protagonista y Carter de poner orden en los papeles de Fontana, quien había dedicado sus últimos años a estudiar las misiones franciscanas en California, para terminar descubriendo una misión que había quedado relegada al olvido.

La novela te mantiene en vilo y avanza con ritmo creciente hacia un final que no hace justicia al resto de la narración. En mi opinión una historia tan bien trazada merecía un final menos previsible, o que al menos lo ha sido para mi. Es el único pero que le pongo a este libro.

Mención aparte merece la construcción de los personajes de Daniel Carter, y esa portera del Madrid más profundo que les da alojamiento a él y su maestro, con varias décadas de diferencia. Son todo un logro narrativo, ya que los lectores podemos sentir con Carter, descubrir con él nuestro propio país (lo que será toda una muestra de nuestra cultura e idiosincrasia para lectores extranjeros), y ver asimismo reflejada una parte de nuestra historia en esa sencilla portera, que refleja tan bien quienes hemos sido, no hace tanto tiempo.

Pese a la decepción del final, me ha dejado un buen poso. He disfrutado con su lectura, y creo que Daniel Carter pasará a ser uno de esos personales literarios grabados en nuestro subconsciente.

Además este libro es especial, porque lo he leído a ratos robados de necesaria evasión ante una nueva y abrumadora realidad en mi vida. A retazos a las cuatro de la mañana mientras esperaba que acabara el esterilizador, entre tomas, y sobre todo en el banco de un parque... porque la lectura de este libro, se corresponde con el primer mes de vida de mi hijo.

jueves, 2 de mayo de 2013

Esta semana otra editorial ha rechazado mi libro. No sé cuantas van ya, dejé de contar cuando sobrepasé las cuarenta.

Estoy cansada, mucho, de que me rechacen.

Sé que no soy la primera, que a muchos autores les han rechazado manuscritos un sin fin de editoriales antes de que alguien se atreviera a apostar por ellos, pero es agotador, tanto que desisto. Y cuando digo que desisto no quiere decir que vaya a dejar de escribir, no, eso nunca. Como diría Gunter Grass, hay que escribir por el mero placer de hacerlo.

Desisto de las editoriales.

Lo anterior no quiere decir que no vaya a lo mejor a enviarlo a alguna más, total el no ya lo tengo asegurado, simplemente voy a dejar de esperar, de confiar.

Tampoco voy a autopublicar, al menos de momento.

Puede que esté llamada a engrosar las filas de aquellos escritores con un cajón lleno de manuscritos inéditos, conozco a unos cuantos, o puede que sea algo tan sencillo como que no valgo para ésto (lo que no me desanimaría a escribir. Como ya he dicho tantas veces en este blog, escribir para mi es como respirar o comer, es una necesidad vital). Sea lo que fuere, a partir de ahora, voy a escribir sin aspiraciones, sin sueños, como un fin, en lugar de como un medio.

Seguro que voy a ser más feliz.

domingo, 17 de febrero de 2013

Las voces bajas


Las voces bajas de Manuel Rivas, es el último libro que acabo de terminar. Narra la infancia del autor en su Galicia natal.

La persona que me lo recomendó, mi madre, lo hizo muy entusiasmada, pero claro ella es de Lugo y tiene apenas 10 años más que el autor, por lo que había visto reflejada su niñez como en un espejo. A mi también me ha gustado, pero por motivos obvios, no tanto como a ella.

Manuel Rivas es de Coruña, y mi madre de una aldea de la Mariña lucense, sin embargo, si que he visto ecos comunes, en base por supuesto a los recuerdos que me ha transmitido mi madre, ya que la Galicia rural que yo conozco es ya de mediados de los 80 en adelante.

El título hace referencia a la represión franquista, del hecho de como había conversaciones y datos que sólo se transmitían con voces bajas. Probablemente a mi madre, hija de un republicano (rojo, diría mi abuelo) habrá sido otro elemento le ha hecho recomendar este libro a todo aquel que quiere escucharla. 

Por mi parte, me ha descubiertos elementos de la cultura gallega que aunque conocía, nunca había leído nada en los que fueran citados. Habla Rivas de Celso Emilio Ferreiro, uno de cuyos poemas está grabado en el muro de acceso al puerto de la cabeza de Concexo al que pertenece la aldea de mi familia, de Rosalía de Castro, de Álvaro Cunqueiro, y por supuesto de Castelao, al que tengo que reconocer que no he leído, pese a que he crecido viendo una pequeña escultura de barro en casa de mis padres, en la que se que puede leer la leyenda " a noso Castelao".

Otra cosa que me ha traído este libro, es algo que siempre he medio recriminado a mi madre y abuela, y es que por que no me enseñaron gallego. Lo entiendo y lo leo, pero no soy capaz de hablarlo más allá de frases muy sencillas. Me parece una lástima, es una hermosa lengua romance con muchísima Literatura de gran valor, que creo debería ser parte de mi herencia cultural. Sin embargo, sólo me hablaron en castellano, y el gallego que tengo en mi mente se lo debo a los veraneos y las conversaciones con mis primos.

Creo que mañana voy a buscar por las librerías, algún libro de Castelao, a ser posible en gallego, a ver que encuentro.
 
También me ha hecho recordar un relato breve que escribí hace años, como ejercicio de la Escuela de escritores, en el que nos pedían que rememorábamos un recuerdo de infancia, se titula El mar:
 
        El mar:
El viaje a Cangas de Foz era largo y pesado. En aquella época apenas había autopistas y los viajes se hacían por interminables carreteras nacionales con un solo carril en cada sentido. Las recuerdo llenas de lentísimos camiones, de curvas, de baches y atravesando –creo yo– todos los pueblos, que tenían un cincuenta por ciento más de semáforos que la media nacional.
 
Un buen día, normalmente a mediados del verano, mi madre me levantaba bastante temprano anunciándome que nos íbamos de vacaciones; es decir, que nos íbamos a Galicia. Mi padre hacía la maleta refunfuñando “nos va llover, seguro que nos va a llover, es que tu pueblo siempre llueve, y si no nos llueve, estará nublado, no vamos a ir ni un solo día a la playa… es que no sé por qué no vamos a Alicante como todo el mundo”.
 
Mi padre tenía por aquel entonces un R-18 sin radio, ni por supuesto aire condicionado, ni cinturones de seguridad en los asientos de atrás, ni airbag, ni ABS, ni dirección asistida, ni nada de nada; pero yo me acomodaba en el asiento trasero, solo para mí, y era feliz. Llevaba siempre un cojín que me había hecho mi tía, al que había puesto unos botones a modo de nariz y ojos y tejido mi nombre de manera que formara una gran sonrisa. Solía tumbarme poniendo el cojín como almohada, y dejaba que el traqueteo del coche me durmiera; cuando fui más mayor, cambié el cojín por un walkman y millones de cintas de casette.
 
La primera parte del viaje consistía en atravesar toda Castilla, con todos sus pueblos, con sus respectivos semáforos. Mi padre le tenía especial inquina a Medina del Campo porque decía que había un guardia de trafico que daba preferencia a los del pueblo frente a los que iban por la nacional y el atasco era permanente e infinito, es la fecha que cuando va por la autopista y a lo lejos se ve Medina del Campo, se empieza a reír como un loco y dice “mira como voy ahora, mira como voy”.
 
 
Al cabo de dos horas de viaje, a mi padre había que darle conversación porque las interminables rectas de Castilla le producen un sueño terrible al volante.
 
A mi me encanta esta parte del camino. Me fascina el amarillo infinito de la meseta, contemplar los campos de labranza a ambos lados de la carretera, las tenues lomas en lontananza, las salpicaduras verdes y granates rompiendo los ocres, dejando que la vista vuele sin ningún obstáculo hasta el horizonte.
 
 
Por fin pasamos Medina del Campo y continuamos viaje. Una provincia tras otra, un pueblo tras otro, un castillo, un sin fin de castillos y una iglesia románica, y otra, y otra, hasta que todos los lugares parecen el mismo. Y vuelta al atasco, estamos ya en Tordesillas, a mi me encanta, mis padres lo odian porque el coche se cala en la multitud de cuestas que jalonan todo el municipio. Pero yo estoy muy lejos. Me basta mirar por la ventanilla para con un poco de imaginación trasladarme a la Edad Media, y deseo profundamente poder viajar en el tiempo.
 
 
Dejamos atrás Zamora. En León hace menos calor, pero para entonces yo ya estoy tan mareada que me da todo igual. Habré vomitado tres o cuatro veces y estoy deseando llegar a Astorga para poder bajarme del dichoso coche. Astorga es parada obligatoria, si mi padre no compra mantecados luego no hay quien le soporte el resto del camino, y yo aprovecho para estirar las piernas y tomar un poco el aire. Hemos entrado en el camino de Santiago, desde ahora hasta llegar a Lugo la presencia de peregrinos será algo constante.
 
 
Y vuelta al coche… los carteles que anuncian la proximidad de Las Médulas nos indican que estamos en el Bierzo, donde el paisaje comienza a cambiar. Se divisan los primeros árboles y los colores de la meseta dejan paso al verde rabioso de la España húmeda. Poco antes de subir el Puerto de Piedrafita, paramos a comer en Valcarce, lo que no es sino una excusa para comprar cerezas (cosas de tener un padre obeso), las venden en puestos ambulantes a la orilla de la carretera, que hoy naturalmente han desaparecido.
 
Después de comer, (mis padres claro, yo no tengo estómago para nada) nos disponemos a la ardua tarea del subir el puerto de montaña. Hoy día atravesar el Puerto de Piedrafita es cuestión de unos minutos, la ingeniería ha ganado el pulso a la naturaleza; gigantescos viaductos que destrozan el increíble paisaje de uno de los lugares más bellos del planeta, permiten que la autopista siga más allá de los profundos valles que otrora convirtieran a Galicia en uno de los lugares más aislados de Europa. Pero los viaductos aún no existen, en su lugar hay una comarcal inundada de curvas que baja a los valles para luego volver a subir a las montañas. A mi padre se le cala mil veces el coche, es imposible ir a más de 20 Km. por hora, mi madre me empieza a contar que esa carretera es buenísima, que cuando ella era pequeña había más curvas y mucho más cerradas, solo había un carril para los dos sentidos y si te venía un coche de frente había que echarse a mitad del campo, así que había muchos accidentes porque, claro, en las zonas de desfiladeros mucha gente se había despeñado: “es más, si te asomas verás todavía los restos de la carretera antigua, vamos, un camino de cabras”.
 
 
La curiosa caravana que tratamos de llegar a alguna parte la solemos formar dos o tres coches, un carro con heno tirado por un burro (que además va el primero y no suele tener nada de prisa) los peregrinos a Santiago que casi van más deprisa que nosotros y, por supuesto, un camión. Para cuando llegamos a Pereje todos estamos mareados, y mi padre jura y perjura que el año que viene nos vamos de vacaciones a Alicante como todo el mundo.
 
 
Por fin entramos en Galicia por la provincia de Lugo; empieza a llover, siempre. Mi padre le dice a mi madre que si en su puñetera tierra no la pueden recibir de otra manera, y que en Alicante no llueve. Mi madre que pisar Galicia y olvidársele el castellano es todo uno; le responde algo que no entiende, pero yo sí, y nos reímos juntas.
 
El paisaje no puede ser más distinto. Los bosques sólo se abren para dejar paso a pastos de un verde esmeralda tan intenso que hace daño a la vista. Las vacas serán a partir de ahora otra constante en nuestro camino, mi madre las señala y me empieza a enseñar a distinguir una vaca marela de una limusin. Cuando llegue al pueblo, mi abuela se encargará de enseñarme a distinguir un brote de patata del de un grelo, del de un nabo, a ordeñar…; todas esas cosas que ella considera fundamentales y que los niños de ciudad no sabemos, porque en la ciudad no sabemos nada.
 
 
Las imponentes murallas de Lugo nos hacen abandonar la carretera nacional y entrar en la comarcal. A partir de ese momento habrá más carros que coches, y sobre todo más vacas, tanto en el campo como en la carretera. En Villalba mi padre para de nuevo para comprar queso de San Simón, lo hará a la ida y la vuelta. Ya estamos en la recta final del camino; tenemos que darnos prisa para que no se nos haga muy tarde o de lo contrario la niebla que cae junto con la tarde nos hará más difícil el trayecto. 
 
 
Al llegar al valle de Mondoñedo mi padre baja las ventanillas para que entre el aire. Huele a menta, de una forma profunda y mareante. Casi sin pensarlo mi padre detiene el coche en un pequeño saliente de la carretera y nos bajamos a mirar, da igual cuantas veces lo hayamos visto. El valle, inundado hasta el más mínimo de sus resquicios por millones de eucaliptos, forma un óvalo perfecto. Un sin fin de ondulaciones hacen decrecer las suaves montañas hasta llegar, en lo más profundo, al pueblo, del que pese a la distancia se vislumbra su imponente catedral.
 
La catedral de Mondoñedo anuncia que nos acercamos a Cangas, aunque aún hay que pasar por Lourenzá y Celeiro. Yo estoy cada vez más nerviosa porque se abre ante mi todo un verano con mis primos corriendo libre por el campo, dando un biberón hecho con un botellín de cerveza a los terneros recién nacidos, bajando a la playa, oliendo las algas que se secan al sol, subiendo por las rocas coger vígaros, zampeñas, pulpiños de roca…; a ser completamente libre, con una libertad que nunca volveré a experimentar, ni tampoco mis hijos, porque hoy día los coches impiden correr a los niños, porque tras la llegada de los turistas está prohibido mariscar, porque ya casi no hay huertas, ni establos…, pero si chalets de veraneantes que ni siquiera respetan las piedras de la arquitectura popular.
 
Cuando la antigua carretera se aproximaba a Foz, había un punto concreto, una casa gris con una gran hortensia azul en el lateral, en el que por primera vez se divisaba el mar, un mar azul e intenso que ya no nos abandonaría el resto del camino ni de las vacaciones, poco antes de llegar a ese punto mi padre comenzaba a carraspear y cuando la primera brizna de azul llegaba hasta su vista, gritaba a pleno pulmón
 
 EL MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARRRRRRRRRRRRRR
 
Y sabíamos que el verano siguiente volveríamos a Galicia.

jueves, 14 de febrero de 2013

Los números decimales


Hola a todos,

Hoy quería compartir el artículo que salió publicado este domingo en el semanal de El País. Es, como no podía ser de otra manera de Almudena Grandes, esa gran autora que sabe sacar las mejores historias de los momentos más cotidianos.

Me parece que da, de una sóla pincelada, una visión muy clara de lo que ha ocurrido con toda una generación de españolitos.

Los números decimales, de Almudena Grandes:

Tardó algún tiempo en comprender lo que estaba pasando.
El encargado no le conocía de nada, pero una vieja amiga había conseguido conmoverle con su caso, una historia vulgar, intercambiable por las de otros miles de jóvenes de su edad, y que precisamente por eso le había afectado tanto. Llevaba mucho tiempo dejándose abrumar por los titulares de los periódicos como para no hacer nada. Se había indignado tantas veces que, cuando se le presentó una posibilidad de actuar, no lo dudó. Así había recomendado a aquel chico de 24 años que había dejado de estudiar antes de terminar la Secundaria para trabajar en la construcción y ganar durante algún tiempo mucho más dinero que su padre, luego sólo un poco más, después lo mismo, al final nada. Yo lo conozco desde que era pequeño, le había contado su amiga, y es muy bueno, serio, responsable, te lo digo de verdad, pero hace más de dos años que no trabaja y está desesperado…
Era el saldo de los pelotazos que habían arrancado a tantos estudiantes de sus pupitres”
Le hizo una entrevista y le gustó. A su jefa también le gustó, y decidió ponerle a prueba en un antiguo almacén de mercería del centro de Madrid, el universo en miniatura de cintas y botones, galones y cremalleras, hilos, y adornos, y encajes, que presume con razón, desde hace un siglo, de tener una representación significativa de todas las mercancías del ramo. Por esa razón, al enseñarle el depósito, el encargado le advirtió que el trabajo en la trastienda era exigente, complicado. Después le dio una bolsa con 20 gramos de plumas, le pidió que preparara 20 bolsas de un gramo y esperó. Aunque el aprendiz podía utilizar una balanza de precisión, él sabía que aquel encargo era mucho más difícil de lo que parecía. La mayoría de los aspirantes que le habían precedido habían logrado entregar 18, a veces 17, unos pocos 19 bolsas. Pero él llenó 20, ni una más, ni una menos, y siguió trabajando con la misma concienzuda disciplina, un afán de perfección que, después de las plumas, resistió la prueba de las lentejuelas, tan livianas, y la clasificación por tamaños o colores de toda clase de menudencias.
Entonces, el encargado respiró, convencido de que su protegido había hecho ya lo más difícil. Y el primer día que hizo falta una persona más en el mostrador fue a buscarle, le dio una calculadora, una libreta, le explicó que tenía que apuntar los precios en un papel, dárselo al cliente para que pagara en la caja, y se olvidó de él. Cuando la cajera le llamó un momento, después de cerrar, no entendió por qué no cuadraban los números. Ella tampoco acertaba a explicárselo. Los dos sabían que el problema tenía que estar en aquel chico, porque los demás empleados llevaban mucho tiempo trabajando sin contratiempos, pero ninguno de los dos lo dijo en voz alta. Tampoco habrían podido imaginar su causa, la confesión que el encargado le arrancó, con mucho esfuerzo, a un chico consumido por la vergüenza.
–Pues va a haber que echarle –sentenció la jefa.
–No, por favor –insistió él–. Dele otra oportunidad.
–Lo que le doy es una semana.
Porque aquel chico honrado, concienzudo, trabajador, no sabía sumar ni multiplicar con decimales. Eso, pensó el encargado, era el saldo de la bonanza económica española, de los años de las vacas gordas, los pelotazos que habían arrancado a tantos estudiantes de sus pupitres para ponerles entre las manos la manivela de una hormigonera. A él siempre se le habían dado mal las matemáticas y había dejado el instituto de mala manera, demasiado pronto, con demasiadas asignaturas pendientes. A mano era incapaz de calcular el precio de los pedidos y con la calculadora se ponía tan nervioso que se equivocaba la mitad de las veces. Lo siento, dijo al final. No, no lo sientas. Lo que tienes que hacer no es sentirlo, sino es ponerte a estudiar.
Tenía una semana, y no le dejaron desperdiciarla. Sus padres, la madre de su amiga, sus amigos, la cajera, el encargado, estuvieron siete días encima de él. No le dejaron aprovechar el tiempo libre para comer, ni salir a su hora, ni ver a sus amigos. Durante horas y horas, estuvo haciendo cuentas, resolviendo los problemas de los que dependía el supremo problema de su futuro. Vamos a ver, 7 corchetes a 0,30 la unidad, 4 metros de cinta de organza a 0,48 el metro y 12 botones a 0,80…
Ahora, cuando le ven despachar, acertar con las comas sin pararse a pensarlo, todos piensan que ha merecido la pena. Él, además, maldice el día en el que se le ocurrió dejar de estudiar.

domingo, 13 de enero de 2013

En punto muerto


En punto muerto de Charlaine Harris, es la última entrega de la Saga de vampiros sureños, que ha inspirado la laureada serie de televisión True Blood.

Si en anteriores entregas la Harris ha conseguido mantenernos a los seguidores literalmente pegados a las páginas de cada volumen, dejándonos siempre con la miel en los labios y deseando que llegara cuando antes el próximo número, en esta ocasión no ha ocurrido así. Digamos simplemente que el argumento y la tensión hacen en este libro, honor a su título, vamos que la inspiración de la autora está claramente en punto muerto.

Nada nuevo se aporta, salvo descubrir que Claude no es lo que parece ser, y de hecho fue quien maldijo a Dermot. Salvo esta nimia revelación, en poco o nada se hace avanzar el argumento de la saga.


Todo ocurre en unos pocos días. Asistimos a luchas dentro de la manada de Alcide (que novedad), a Bill babeando por Sookie, y descubrimos que Apio Ocella pactó antes de su muerte el matrimonio de Eric, quien espera que Sookie utilice el Cludier Dor para evitar la boda. Hay asesinatos en casa de Sookie (debe ser el lugar con mayor índice de mortalidad de todos los Estados Unidos), persecuciones por la autopista, peligros mortales para la protagonista y tensiones con el nuevo rey vampiro.


Vamos, más de lo mismo, y sin añadir nada nuevo. Ahora, eso si, todo regado con múltiples alusiones a los atuendos de los protagonista. De verdad, señora Harris, que a mi el hecho de que Sookie utilice más o menos cantidad de maquillaje, que se recoja el pelo, o se ponga una camisa escotada, me da lo mismo.

La única sorpresa la reserva el final, ya que inexplicablemente Sookie utiliza el poder del Cludier Dor para salva a Sam, que ha sido herido de muerte por su novia licántropo. Yo estaba convencida que lo iba a utilizar para volver a Eric humano de nuevo. Si al final todos estos libros son para que Sookie acabe con Sam, la verdad, no sé que hacemos leyéndolo los amantes de la Literatura vampírica.


En anteriores ocasiones los libros de la Harris, han durado poco entre mis manos, apenas tardaba un par de días en devorarlos, pero éste he tardado en leerlo más de un mes, y hasta he tenido que obligarme a terminarlo.


La autora dice que se acerca el final. Si es así que no alargue la historia más de lo necesario, sobre todo sino tiene ideas nuevas, porque de verdad que ya aburre leer una y otra vez lo mismo.