viernes, 27 de enero de 2017

De los talleres literarios:

Me he permitido titular esta entrada de la misma manera que se titulaban antaño los libros, o mejor dicho sus capítulos, algo así como "De como nació Lázaro, y de cuyo hijo fue". Aunque también lo podía haber iniciado con un clásico "Oh", como los antiguos oradores romanos, que estudiábamos aquellos que aún tuvimos la suerte estudiar latín. Y bien, ¿por qué lo he hecho?, muy sencillo, porque para mi la Literatura es básicamente eso, los grandes clásicos, antiguos y modernos, el buen narrar de historias, y el magnífico manejo del lenguaje. Aunque viendo mi desigual experiencia con algunos talleres literarios, se ve que no lo es para el mundo.

Os cuento:

Comencé a escribir muy temprano (aunque me haya cundido poco), con unos doce o trece años, como la natural prolongación a mi pasión por la lectura. Me presenté, con poco éxito, a mi primer concurso a los dieciséis, y me plantee por primera vez la posibilidad de tratar de publicar algo a los veinte. Fue en ese momento cuando, la verdad por casualidad, oí hablar por primera vez de los talleres literarios; fue un anuncio en El País de los talleres de la extinta Escuela de Letras de la C/ Factor. En aquel momento no pude hacer ninguno, por precio y por horario, ya que estaba en la Universidad, pero que quedé con la idea, y como yo soy mucho de no quedarme con ganas de hacer nada que realmente me apetezca, retomé la idea cuando comencé a trabajar.

Como tenía que trabajar (un vicio que tenemos algunos, más que nada por aquello de pagar facturas y esas cosas) comprometerme a un curso presencial me pareció arriesgado, así que busqué talleres on-line, y así llegué a la Escuela de Escritores. Cursé curso anual de relato breve A, curso anual de relato breve B, y curso anual de relato avanzado, tres años de mi vida pegada a un portátil y viviendo una experiencia maravillosa. No sólo tuve una gran profesora, Isabel Cobo, sino también unos grandes compañeros. Sagui, F.J, Javier, Cristina... siempre que me siento a escribir me acuerdo de vosotros con mucho cariño, y me pregunto si vosotros también habréis continuado haciéndolo. Fue un grupo de trabajo muy especial, y la época más fructífera de mi vida en lo que a lo literario concierne, gracias a todos. Así que después de tan estupenda experiencia me lancé al curso anual de novela... que horror, apenas llegué a conocer a los compañeros, porque sinceramente tras los primeros y destructivos comentarios del profesor me borré, me negué a pagar más dinero por algo así.

En las escuelas de escritores te venden que todo el mundo puede escribir, que es sólo cuestión de técnica, y que no es necesario tener un talento especial. No estoy de acuerdo, si fuera así no hubieran existido los grandes escritores clásicos, que no tuvieron formación especial alguna. Pues bien, para ser profesor tampoco vale todo el mundo, no basta con saber escribir, hay que saber enseñar. A mi que me cuenten que se ha estado de charla con el escritor fulano o mengano, porque claro como él ha sido finalista del Nadal... pues como que no me aporta nada. Además, tras tres años escribiendo relatos a foro abierto, una está más que acostumbrada a las críticas, la crítica es buena, te muestra los fallos y te hace mejorar, pero siempre hecha de forma constructiva, no destructiva, algo que también muchos profesores (y más de un alumno) deberían aprender.

No sólo hay trolls y haters en las redes sociales.

Tras borrarme de aquel nefasto curso, un gran amiga (y gran poetisa) literalmente me arrastró un fin de semana con ella hasta Alcázar de San Juan, donde se ubica la Escuela de escritores Alonso Quijano. Hicimos un curso de Redacción y estilo, que me hizo volver a congraciarme con los talleres. Por cierto, creo que todo el mundo debería hacer un curso de redacción en algún momento de su vida.

De vuelta a Madrid, continué escribiendo y realicé un par de cursos presenciales más, está vez organizados por mi amiga, quien se lió la manta a la cabeza y creo la Escuela Tomás Gallego, con ayuda de Ramón Alcaraz del Desván de la memoria. Nuevamente fueron buenas experiencias, conocí a gente muy interesante, a los que simplemente les apasionaba escribir como a mi, sin más (y es que todo el que ha tenido un mínimo contacto con el mundo literario, sabe que hay mucho ególatra pagado de si mismo que sólo va a estos sitios a que le regalen los oídos. No fue el caso), y al propio Ramón, una de esas personas del mundo literario que realmente enseñan, animan y se preocupan por los escritores noveles.

Tras mi primera maternidad, que me obligó a un pequeño parón, tenía ganas de retomar la escritura, y me animé de nuevo con los talleres literarios. Otra vez volví a buscar algo que pudiera hacer desde casa, esta vez para poder combinarlo con el cuidado de mi hijo, y tras mucho buscar llegué a los Talleres de Relee. Que gran error.

En Relee lo primero de todo fue pedirme que les mandara algo que ya hubiera escrito, para garantizar que estaba al nivel del curso. ¿Perdón? Nunca me habían pedido algo así, y ya tenía algo de experiencia en el tema. Es un curso, se va a aprender, no es una candidatura al Nobel. Bueno, el caso es que lo mandé y me admitieron, en que hora.

Sus talleres funcionan casi de idéntica manera a los de la Escuela de Escritores, de hecho, la profesora nos contó que ella había sido la fundadora y se había marchado para crear esta nueva escuela. Pero no, no era lo mismo. En la Escuela de Escritores los temas, aunque largos, son amenos y didácticos, llenos de ejemplos que te hacen comprender la técnica para luego poder aplicarla al ejercicio quincenal; en Relee me parecían soporíferos ladrillos imposibles de acabar, ¡y soy licenciada en Derecho!, para que yo diga que algo es un ladrillo... era como una especie de magma de teoría y técnica absolutamente ininteligible, tardaba un siglo en leerlos y no sacaba nada en claro. Volví a leer temas de cursos anteriores, para ver si era yo, pero no. Luego estaba la profesora, ausente por demás, nos dejaba a nuestro libre albedrío, excepto eso si, para enviar las correcciones de los ejercicios. Que estaba muy ocupada decía, pues en otros cursos el profesor siempre estaba ahí, todos los días, para moderar y corregir. Decía que íbamos a aprender de leer y corregir a los demás, y de sus correcciones... sus correcciones, nuevamente digo que no todo el mundo vale para enseñar, todo lo que yo enviaba (tras conseguir saber que narices era lo que había que tratar de plasmar) era malísimo, me rayé y un día envié un relato que había escrito durante mis años en la Escuela de Escritores, relato que había corregido en su día con mi profesora, y posteriormente con Ramón Alcaraz, y me dijo que uff estaba muy verde, que notaba que estaba poco trabajado, sin comentarios.

Luego estaban las lecturas, de autores muy conocidos, en su casa, claro. Aunque mira por donde yo era la única que no los conocía, que mala suerte. A ver, en el mundo del "relatista" y de los talleres de relato breve hay una serie de autores que se suponen son el gran totem, todo el mundo los ha leído, te tienen que gustar por narices y son intocables, ejemplos de como escribir un relato perfecto, y que al final se repiten una y otra vez. Yo personalmente, como vuelva a tener que leer una sóla vez más en mi vida "La dama del perrito" de Chejov, me da un patatús. Y que decir de oh, los puñeteros "9 cuentos" de Salinger, que contra ya no me gustaron la primera vez los leí, ni "Dublineses" de Joyce, odio a Joyce, ni por supuesto el realismo sucio, no, no me gustan ni Wolf, ni Ford, ni Bukouski, ni por supuesto, el oh adorado e idolatrado, el gran Carver. Después de decir esto públicamente hay quien me va a apedrear, porque decir en determinados ambientes que no te gusta, sobre todo Carver, es como cagarte en la madre alguien, o más bien como ser tía y salir a la calle sin burka en Afganistan, una blasfemia. Pues no, no me gustan, y no se les ven de grandioso la de verdad.

Ah, y me olvidaba del gran totem del relato breve español, "Velocidad de los jardines" de Eloy Tizón, yo de verdad que aún le estoy buscando la genialidad por algún lado, y no se la veo. Ignacio Ferrando le da mil vueltas, y no tiene tanto pábulo entre los resabiados del relato breve.

En fin, el caso es que en Relee no caen en la mayoría de los lugares comunes propios de estos lares (cayeron eso los dichosos "9 cuentos", y hubo muchas referencias a Carver, como no), y te mandan leer autores de los que en muchas ocasiones yo reconozco, para escándalo de mis compañeros de curso, que no había oído hablar, y que de nuevo no me gustaron. Se supone que eran un ejemplo de como debíamos aspirar a escribir... pero si eran horribles, para nada lo que a mi me gusta leer. Y yo que pensaba que eso de si no puedes ser profundo se oscuro, sólo se aplicaba al mundo del Derecho. Luego, por ejemplo, nos mandaban leer un relato de Juan Carlos Marquez, que a mi me parecía genial, y lo destrozaban. Me sentía como un yanqui en la corte del rey Arturo.

Pero lo peor sin duda alguna, pero lo peor de lo peor, fueron los compañeros. Un atajo de ególatras megalómanos que se creían el próximo Cervantes, el García Márquez del s. XXI, o no, creo que a lo mejor estos autores les parecían demasiado comerciales y convencionales. No sólo tenías que comentar sus relatos por huevos, tuvieras o no tiempo de hacerlo, y además en profundidad, nada de hacerlo por encima, sino que además tenías que soportar como destrozaban los tuyos de forma nada constructiva. Y claro, como la profesora casi no asomaba por allí, los cuchillos campaban a sus anchas, me río yo de los trolls que comentan las noticias en Facebook, estos eran peores porque iban directamente a joder al personal. Unas trifulcas... porque claro cualquiera les tosía. A mi se me ocurrió decir que me había apuntado a un curso de relato breve, no de crítica literaria, y para que más, porque ya me tenían tirria porque se suponía que no comentaba con suficiente profundidad.

Hasta que me harté, era una mierda de curso, que me costaba dinero sin aprender nada, lleno de trolls, y que me estaba costando un precioso tiempo que no tenía. Además, era gafe, todos tenían algún problema de salud, en la vida había visto tanta gente con enfermedades junta. Cuando me di de baja estaba embaraza de mi segundo hijo, y en la semana 13 se desprendió la bolsa por completo y tuve que guardar reposo, estaba gafado.

Me di de baja porque me negaba a pagar más, y la respuesta general fue que claro, que iba muy justa para ese curso.

Como he dicho antes, en el mundo literario el ego campa a sus anchas, pero a algunos les infla más que un globo aerostático. Hace unos años, hice un curso sobre Dickens y Stoker en los cursos de verano del Escorial, y recuerdo que había quien interrumpía a los ponentes continuamente para mostrar cuanto sabía del tema, y el director del curso en un momento determinado dijo algo que me pareció genial, y muy bien puede aplicarse a lo que aquí estoy contando, hay gente que le encanta oírse a si misma y demostrar a los demás cuanto saben.

Recientemente, como no aprendo, solicité información sobre los talleres de Cursiva, la escuela de la editorial Random House Mondadori, me pedían que lo pagara todo al inicio del curso, cuando les dije que si podía pagar mes a mes, porque había tenido malas experiencias, no me contestaron. En fin, a ver que ya se sabe que es un negocio, pero se podían cortar un poco más.


Lo dicho al inicio, para mi escribir narrativa es contar buenas historias, como se ha hecho desde los albores de la humanidad, de manera que capten la atención del lector, y le dejen buen sabor de boca. No usar una y un millón de técnicas, que conviertan el continente en algo más importante que el contenido. Una buena prosa es importante, por supuesto, pero no hay que olvidar que un escritor actual de narrativa no es más que un juglar con un ordenador portátil.