martes, 6 de marzo de 2012

Y la vida sigue

A Pilar López Prieto, mi abuela.

Y la vida sigue, era una frase que mi abuela siempre decía cada vez que ocurría una desgracia en la familia. Lo dijo al enviudar, al morirse su único hermano, e incluso al fallecer uno de mis primos al sufrir un infarto a los 35 años... normalmente miraba a algún niño pequeño, le señalaba y decía, la vida siempre sigue, nunca se detiene por nada ni por nadie.

Supongo que cuando uno ha vivido una vida extremadamente larga, y atravesando en determinadas ocasiones momentos muy difíciles, tiene una perspectiva muy distinta de cuanto acontece.

Mi abuela falleció ayer a los 94 años de edad. Fue repentino e inesperado. Se ha ido sin dolor, ni enfermedad. Tras una juventud dura, y una vejez plácida.

Pilar, mi abuela materna, nació en Cangas de Foz (Lugo), en agosto de 1.918. Cuando a la Galicia rural no había llegado, no ya la luz eléctrica, o el agua corriente, sino ni siquiera las carreteras o el ferrocarril. Esa curiosa circunstancia la permitía ofrecer un increible testimonio de lo que fue el S.XX. Recordaba las lámparas de carburo de su infancia y juventud, y la primera vez que vió brillar una bombilla, tras lo que ella pensaba era un pellizco a la pared. Tras el descubrimiento de la electricidad, llegaron las vías del tren, siempre me contaba como llevaba la comida a su padre, mi bisabuelo, cuando trabajaba en la construcción de la línea férrea que uniría para siempre la Mariña Lucense con el resto del mundo. Entonces vio por primera vez un tren.

Creció en un ambiente rural tan subdesarrollado, que se maravillaba al ir al entonces lejano Ribadeo (20 kms) y obsevar que allí la gente calzaba zapatos en lugar de zuecos de madera.

Siempre decía que todo avance era para mejor. Tenía una mentalidad extraordinariamente abierta para todo lo nuevo, porque en su vida lo nuevo siempre le había traido cosas buenas. Mejor la electricidad que el carburo, mejor el agua corriente que el agua del pozo, mejor el cuarto de baño que el corral, mejor el teléfono que el correo, mejor la televisión que la radio, mejor los automóviles que los carros con bueyes, mejor el móvil que el teléfono fijo... Internet no llegó a utilizarlo, le hubiera encantado.

De su vida, sólo había dos cosas que hubiera cambiado, y para ambas tendría que haber nacido por lo menos 50 años después de cuando lo hizo. Lamentaba no tener carnet de moto, y no haber podido estudiar.

Según mi bisabuelo, las mujeras no necesitaban estudiar, ¿para qué? si todo lo que tenían que hacer era cuidar la casa, el ganado, y como mucho conseguir algún trabajo primario para aportar algo a la economía familiar. Así la educaron, pero algo se rebelaba en su interior cuando veía como a su hermano varón le ofrecían todos los estudios que quisiera. Y ella ni siquiera sabía leer. Se rebeló, y sin que lo supieran sus padres se escapaba todos los días a la escuela, cuando se suponía que tenía que estar cuidando de las vacas. Fue lo justo para aprender a mal leer, mal escribir, sumar y restar, entonces la descubrieron sus padres. Tampoco la dejaron aprender un oficio.

Nunca se lo perdonó.

Durante toda mi vida, cuando me veía estudiar, se acercaba sigilosamente y me decía al oido, "estudia filliña, estudia tú, todo lo que no me dejaron estudiar a mi". Ella era analfabeta, mi madre no pudo acabar el bachillerato (tuvo que ponerse a trabajar con 12 años para ayudar a la economía familiar), yo soy licenciada universitaria. Le encantaba contárselo a todo el mundo.

Un buen día se encontró con que había crecido y era una mujer, pero no quiso casarse. Se negaba a atarse a uno de los hombres de su aldea, tan machistas como su padre. Hasta que llegó mi abuelo. No sé cuantas veces se lo oí contar. Ella estaba en Burela, un pueblo cercano, y un día del coche de línea se bajo un hombre que no era de allí, vestía traje y corbata, gabardina y sombrero, y al apearse del autobús encendió un cigarrillo de medio lado. Hasta entonces ella sólo había visto eso en las películas que proyectaban en el salón de Moreda, el improvisado cine del lugar.

Se casaron a los cuatro meses. Mi abuela tenía más de 30 años.

Mi abuelo era de Madrid y tenía estudios, lo que abrió ante ella todo un mundo que aunque lo desconocía, sabía que estaba en algún lugar. ¿Qué cómo acabo mi abuelo en Lugo? muy sencillo, era un republicano, al que se le había conmutado la pena de muerte por la de destierro a 600 kilómetros de su lugar de origen.

Pero su vida de casada no fue sencilla. Estaban en plena postguerra (eso si que es crisis, y no lo de ahora) y no tenían dinero. Mi abuelo era sastre, pero allí no tenía posibilidades de ejercer su profesión, así que acabó trabajando como cocinero en un pesquero. Durante años, mi abuela tuvo dos hijas que mantener (sólo se tienen los hijos se que puede mantener, repetía), un marido permanentemente en la mar, una casa que atender, tierras que cultivar, ganado del que cuidar, a sus padres inválidos (paralizados por ictus y trombosis), y un trabajo fuera de casa en una conservera de pescado. Todo, ella sóla.

El principal rasgo que caracterizó a mi abuela toda su vida fue un fortísimo carácter. Fue lo que la salvó, porque la impedía derrumbarse, siempre había que tirar para adelante. Es más, no la gustaban las personas débiles o ñoñas, decía que ella les quitaba la tontería con dos buenas hostias. A todos nos inculcó el ser fuertes, como rocas. Cuando falleció mi abuelo me prohibió llorar, porque eso no arreglaba ningún problema, y si se lloraba nunca había que hacerlo en público, era una debilidad.

Su carácter era tal, que hacía difícil la convivencia con ella. Pero eso mismo fue lo que la permitió superar su propia vida. Me acuerdo que decía que ahora la gente joven "non valedes para nada", porque cualquier cosa nos parecía un mundo. Bueno, a mi no, a nosotros nos enseñó a echarnos todo a la espalda y continuar siempre hacia delante.

Tengo que confesar que de pequeña no la entendía. Mi otra abuela era dulce y cariñosa, y ella exigente y arisca. Si mi primo o yo, sus dos únicos nietos, llorábamos por algo, nos decía "llora, llora, que menos meas", porque su teoría era que los niños son como los árboles, que mientras son pequeños los puedes enderezar, pero si se tuercen, al crecer ya no puedes hacer nada con ellos. Ni Súper nanny, ni nada, yo a los niños de ahora les soltaba a mi abuela Pilar, que los iba a dejar nuevos.

Finalmente, tuvo una vejez llena de comodidades, más de las que ella alguna vez pudo soñar de joven. Aunque siguio teniendo el mismo mal genio de siempre, si no, no habría sido ella misma.

Muchos días, cuando salgo de trabajar, cansada, y tengo que hacer la compra, luego llegar a casa, recoger, planchar, cocinar... y muchos días son las 10 de la noche y no me he sentado, antes de quejarme, pienso en ella, en lo que habría hecho o dicho, y hago todavía más cosas.

Y ahora que ha fallecido, he dedicido que no me voy a dejar derrotar por la crisis, me la voy a echar a la espalda, como habría hecho mi abuela. Porque como vea que me deprimo, o que no lucho con todas mis fuerzas, es capaz de volver del más allá para darme un buen rapapolvo.

Descanse en paz.