Hoy no voy a hablar de libros,
sino de mi otra faceta profesional, la jurídica.
Y es que la que estas líneas
escribe, y que sueña con ser escritora profesional, es en realidad abogado.
Podría decir que la abogacía es la profesión que desempeño para pagar las
facturas, pero no sería cierto, tengo la grandísima suerte, esa que sólo
disfrutamos unos cuantos afortunados, de dedicarme a aquello que me gusta.
Me matricule en la facultad de
derecho por pura vocación, pese a los numerosos comentarios de mi entorno
relativos a como con una media de 9 elegía una carrera para que sólo se
necesitaba un 5. Pues porque era lo que me gustaba, y eso es algo que debe
primar. Creo firmemente que a esta vida hemos venido a tratar de ser lo más
felices posibles.
Y es que yo siempre, hasta donde
me alcanza la memoria, he querido ser abogado o juez (si, en masculino, los
nombre de profesión no tienen género. Es una reminiscencia del género neutro en
latín, es lo que se denomina género epiceno). Estudie lo que me gustaba sin hacer
caso a propios ni extraños, y tuve la enorme suerte de poder ganarme la vida
ejerciendo la abogacía, algo que no es tan fácil como pueda parecer visto desde
fuera, debido a costumbres tan extendidas como no pagar a los pasantes, hacer
contratos mercantiles, y un largo etcétera de abusos laborales.
En mi caso concreto ejerzo la
abogacía de empresa, que para mi es algo así como la cuadratura del círculo,
¿por qué? porque la abogacía de despacho es incompatible con algo tan
fundamental como la vida misma. Horarios terroríficos, jornadas inacabables,
plazos y más plazos, clientes histéricos, imposibilidad de vacaciones fuera de
agosto… vamos, que no es lo más idílico del mundo. Sin embargo, el abogado de
empresa tiene un contrato laboral (si, existen) con todo lo que ello implica
(bajas, vacaciones, un salario mínimo, seguridad social, horarios medianamente razonables)
pero sigue ejerciendo la abogacía.
Pero no sé porque el resto del
mundo jurídico tiene una visión muy diferente de nosotros, la verdad, como si
fuésemos menos abogados. Por ejemplo, recuerdo una conferencia del Decano del
colegio de Madrid al que pertenezco (no la actual, ni el anterior, hace dos
Decanos) en la que decía que el abogado de empresa al deberse a un solo cliente
perdía la independencia propia de la profesión (¿perdón?) y que desvirtuaba los
principios básicos de la abogacía, que era la profesión liberal por excelencia.
Vamos, que éramos mucho menos abogado que el letrado que está en su despacho
independiente haciendo exactamente el mismo trabajo que nosotros. Ahora, eso si, las cuotas colegiales nos las
cobran como a todos.
Otra vez, en una cena del Grupo
de abogados jóvenes del Icam, me decían algunos compañeros que a veces habían
pensado buscar trabajo en una empresa, sobre todo por los horarios, pero que
claro que no querían dejar el ejercicio, y cuando yo les respondí que que tenía
que ver, que yo pasaba juicios, y redactaba contratos, se quedaban perplejos. ¿Pero
que se piensan que hacemos los abogados de empresa? ¿recursos de multas?
Toda esta reflexión viene al hilo
de una reciente proposición de ley que pretende separarnos a los abogados, y que
afortunadamente ha sido rechazada por el Consejo General del Poder General. A
ver en que queda. Se trata de establecer el requisito obligatorio de la
colegiación únicamente a los abogados que ejercen en despachos ¿por qué? pues porque
hay, como digo, quien considera que por existir un vínculo laboral somos menos
abogados.
Esta distinción además, nos
cerraría las puertas de los Juzgados. No tiene ninguna lógica, nosotros
conocemos perfectamente la empresa, y por tanto, somos quienes mejor podemos
defender sus intereses en juicio. Es cierto que muchos abogados de empresa no
tocan el procesal, y derivan todos los contenciosos a despachos externos, si,
pero no es menos cierto que en la mayoría de despachos (por cierto, que se dice
bufete, dicho así bu-fe-te, no bufet, que no son una barra libre) hay
profesionales únicamente del asesoramiento, estableciéndose quienes se dedican ex
profeso al procesal. Y es que hay abogados en despachos que nunca han usado su
número de colegiado, porque jamás han pisado un Tribunal.
La norma realmente lo que
pretende es que los abogados dedicados al asesoramiento no precisen
colegiación, muy bien, pero al establecer como limitativo el vínculo laboral
finalmente nos corta el paso a los Tribunales a los abogado de empresa, que
para sorpresa de muchos, hacemos dicho trabajo.
Además, aunque no fuera así, la
colegiación establece (y más ahora que se accede por examen) unos requisitos
unificados de conocimiento y profesionalidad. Creo que todos debemos ser
iguales.
En otros países ya existe esta
diferenciación. Clásica es la diferencia existente en el Reino Unido entre
Solicitors y Barriters, los primeros dedicados al asesoramiento y la asistencia
a primeras instancias, y los segundos dedicados a los Procesos ante altas
instancias. Nunca he entedido esa separación, ¿por qué cambiar de abogado a
mitad de un procedimiento? No tiene ningún sentido.
Sé por mis compañeros de otros
países que la situación se repite en muchos lugares. En Portugal no está bien
visto que los abogados de empresa acudan a los Tribunales porque consideran que
no tienen distancia con el pleito (precisamente eso es beneficioso, lo
defiendes como si la empresa fuera tuya), en Francia también diferencian a los
abogados procesalistas de los que no lo son, y lo mismo en Italia. De hecho, me
comentaba una compañera de Italia, que ella se dedicó a la abogacía de empresa
porque no aprobó el examen de colegiación. Eso hace incurrir a las empresas en un doble
gasto, pues cada vez que tienen un pleito precisan contratar a un despacho
externo.
Si esta ley sale adelante se va a
dar la paradoja de que aquellas empresas con grandes departamentos de
contencioso dentro de sus Asesorías de empresa, no van a poder acudir a juicio
debido a su relación laboral. O que si puedan hacerlo aquellos abogados de
despacho, que en muchas ocasiones son asesorías empresariales externalizadas,
pero que no se dedican en absoluto a temas procesales.
Ya veremos que ocurre.
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