Han pasado varios meses desde que la Corte Suprema de los Estados Unidos revertiera la histórica Sentencia del caso Roe versus Wade, por la que en 1973 quedó legalizado de facto el aborto en ese país. Y han tenido que pasar varios meses para contener de alguna manera la rabia que dicha decisión generó dentro de mi, para así poder enfrentarme con calma a la escritura de esta entrada.
Para poder entender la relevancia de dicha decisión, lo primero sería comprender como funciona el sistema legislativo y judicial en los Estados Unidos, tan diatralmente opuesto al nuestro. Mientras en la Europa continental tenemos un sistema judicial basado en lo que se conoce como Ius commune, o derecho común, resultado de la unión de las instituciones y normas del derecho romano con el derecho canónico (es decir, el de la Iglesia Católica) que se basa en la promulgación de leyes que regulan hasta el más mínimo de los aspectos de la vida de las persona, limitándose la función de los jueces a aplicar dichas normas, ojo, no a hacer justicia como se entendería comúnmente (es lo que en derecho se conoce como derecho positivo, basado en la mera aplicación de la norma, frente al derecho natural que busca la simple la justicia, algo que evidentemente ha quedado relegado al ámbito de la filosofía y las utopías), en el mundo anglosajón apenas hay leyes, basándose su ordenamiento jurídico básicamente en las Sentencias judiciales, es lo que se llama Common Law, y que llega a su máximo exponente en el Reino Unido, donde ni siquiera hay una Constitución como tal, y es que la famosa Carta Magna que los Lores hicieron firmar a Juan Sin Tierra en 1215, y que ellos consideran como el nacimiento de su democracia, no se puede considerar realmente como tal.
Pero es que en el caso de los Estados Unidos, con un sistema basado en el Common Law británico, como buena ex - colonia que es (muy a su pesar), pero con ligeras y marcadas variaciones, el mundo de las Sentencias judiciales, la jurisprudencia, llega al paroxismo más ridículo. En las facultades de derecho los estudiantes más que leyes estudian Sentencias dictadas por tribunales vinculantes, los famosos precedentes que vemos en las películas, y que tantos quebraderos de cabeza nos generas a los juristas de la Europa continental cuando tratamos de explicar al resto del universo que el que en España se dicte una Sentencia en un determinado sentido no crea ningún precedente de nada, porque aquí eso no existe, como tampoco existe el famoso protesto, que las Sentencias judiciales en España no son vinculantes, y que de hecho existe un Recurso extraordinario por unificación de doctrina, porque te puedes encontrar con Sentencias contradictorias entre si por temas similares, incluso de un mismo Tribunal, lo que hace que los letrados nos volvamos literalmente locos con el temita este de la jurisprudencia, que pocas cosas hay de mi profesión que yo pueda odiar más que ponerme a buscar jurisprudencia, pero ese es otro tema.
El caso es que el derecho al aborto en Estados Unidos no se aprobó con una ley como tal, sino a través de una Sentencia judicial, por mucho que eso nos resulte cuanto menos chocante a este lado del Atlántico.
Jane Roe en realidad no se llamaba así, sino Norma McCorvey, y lo que hizo fue cuanto menos histórico y muy inteligente, aprovechó (bueno, en realidad lo aprovecharon sus abogadas) la ya descrita idiosincrasia del sistema judicial estadounidense, para hacer algo que a día de hoy a mi me sigue pareciendo insólito, demandó al estado de Texas por no dejarla interrumpir legalmente un embarazo, de ahí el nombre de la Sentencia que lo legalizó, Wade, por el fiscal de Dallas que defendió al Estado, versus Roe. Y es que tenía sus buenas razones para querer abortar, y hacerlo de forma segura y legal. Norma McCorvey había nacido en el seno de familia desestructurada, con una madre alcoholólica y maltratadora, y un padre que las abandonó en cuanto pudo; su custodia fue asumida siendo apenas una adolescente por los servicios sociales, pero eso lo único que le ocasionó fue una espiral de abusos y violaciones casi diarias (¿nos suena a los recientes escándalos de los centros de menores? Por qué será que este mundo de mierda nunca cambia), el caso es que se casó joven, probablemente en un intento de huir de aquella vida y buscar algo de estabilidad, porque Norma en realidad era lesbiana. De aquel matrimonio nació una niña cuya custodia acabo recayendo en la abuela materna, pero Norma que había caído en las drogas aún habría de quedarse embarazada dos veces más; tras la traumática experiencia que fue para ella dar a luz y entregar en adopción a su segundo hijo, tratando así de evitarle una infancia como la suya, al quedarse embarazada de nuevo tuvo claro que no quería tener al bebe, su deseo era abortar, pero quería hacerlo sin quebrantar las leyes, ni clandestinamente poniendo en peligro su vida. Sin embargo, aunque su deseo y empuje dio lugar a la histórica Sentencia que legalizó el aborto en Estados Unidos, el pleito, como todos los pleitos, duró tanto que el embarazo llegó a término y nuevamente tuvo que entregar a su bebé en adopción. Os recomiendo a todos una película sobre su vida de 1989, en la que el papel de Norma lo interpreta una más que soberbia Holly Hunter, siendo la escena en la que entrega a su tercer bebé en adopción, aún en el paritorio rogando a los médicos que por favor no le enseñen al bebé porque no quiere verlo mientras llora a gritos, es de las que se te quedan grabadas en el alma, sobre todo si eres mujer.
Escena que por cierto deberían ver todos aquellos defienden esa aberración conocida como gestación subrogada.
Y es que no nos engañemos, los movimientos antiabortistas no son provida como ellos mismo se denominan, sino antimujer, ya que lo que subyace en todo esto no es más que misoginia y machismo a partes iguales, porque abortos siempre ha habido y siempre los va a haber, pensar lo contrario es muy ingenuo. Mi abuela contaba como en su aldea los abortos los hacía la misma que remendaba los virgos, se ve que Fernando de Rojas más que imaginación lo que tenía una gran capacidad de análisis del mundo que le rodeaba, y los hacía con una aguja de punto que introducía por la vagina atravesando al embrión, de manera que al estar muerto el cuerpo de la mujer lo expulsara al cabo de los días. No fueron pocas las mujeres que murieron con este método al perforarles el útero, o debido a la infección causada por un feto muerto no expulsado. Mi abuela también narraba que otros métodos habituales eran las infusiones de perejil o Artemisa. El caso es que tratar de evitar o remediar un embarazo no deseado es algo tan antiguo como el mundo, la única diferencia es que las mujeres que desean abortar ahora lo quieren hacer de manera legal y sin riesgo para su salud. Simplemente eso es lo que pedía Jane Roe.
El caso es que se ha dado al traste con una decisión que ha permitido salvar miles de vidas, las de las mujeres que pudieron abortar en una clínica, y puede que incluso más tarde ser madres en mejores circunstancias, pero claro esa libertad y control de las mujeres sobre su destino, y sobre todo sobre su propio cuerpo, muchas personas no lo toleran.
Tengo que decir, por si alguien se lo está preguntando, que yo nunca he interrumpido un embarazo, tuve un aborto pero fue espontáneo. Es más, muy mal se me tendrían que poner las cosas para que yo abortara, siempre he tenido muy claro que lo que viniera sería mi hijo y le querría contra viento y marea, pero esa es mi postura, y no soy nadie para juzgar las decisiones ajenas, imponer mi visión y sobre todo entrar a valorar los motivos que pueden llevar a una mujer a interrumpir de manera voluntaria un embarazo. Sólo conozco de primera mano tres casos, y las tres tenían poderosos motivos para abortar. Tal vez lo que le falta a muchas personas es algo tan básico como la empatía.