lunes, 16 de marzo de 2020

El cuento de Pedro y el lobo: cuando Europa contuvo el aliento.

Para quien no conozca el cuento de Pedro y el lobo, les diré que era uno de mis favoritos siendo niña.

Lo escuchaba, como no podía ser de otra manera, en un disco de vinilo de 45 revoluciones (para los Millenials, unos que eran más chitititos),  mientras pasaba las páginas de un cuento que ilustraba la historia. No, no teníamos Netflix, ni Youtube, ni falta que nos hacía. Con unos simples cuentos acompañados de un vinilo nos bastaba para soñar y estar entretenidos por un buen rato. Aún recuerdo aquella voz femenina, por supuesto en el español de México, que era donde se doblaba todo el material infantil en aquella época, diciendo, "pasen la página cuando escuchen la campanilla" (por favor, óiganlo en sus mentes con el suave acento de las películas de Disney de nuestra infancia.)

Tengo que confesar que en realidad no soy tan mayor (aunque haga más de una década que me tiña las canas), y los cuentos con sus correspondientes vinilos eran de mi padre. A mi de primera mano lo que llegó fue el revival ochentero, los Cuentacuentos, que básicamente venían a ser lo mismo pero con una cinta de Casette. Por si alguien se lo está preguntando, si, aún los conservo todos, ambas versiones, la original y la remasterizada. Puedo colgar testimonio gráfico si alguien no me cree.

El caso es que no es que sea presa de un ataque de nostalgia, de ese paraíso perdido como diría Dámaso, pero sí que no he podido evitar en los últimos días que el cuento de Pedro y el lobo haya venido a mi mente. Y no es por la asociación de animales con instrumentos (ese oboe, ese chelo, que nos anunciaban la inequívoca llegada de alguno de los protagonistas), sino por el argumento principal, ese que "viene el lobo, que viene el lobo", que anunciaba Pedro de manera engañosa, de manera que cuando llegó el lobo de verdad nadie le creyó.

Eso es lo que en cierta manera nos ha pasado a los europeos en general, y a los mediterráneos en particular (me van a permitir que haga mía esa genial frase de la oscarizada película Mediterráneo, "un mismo mar, una misma patria"), que de tanto decirnos que venía el lobo, cuando ha llegado de verdad no nos lo podemos creer.

Y es que en una cultura donde la calle y la vida es la social conforman el núcleo de nuestro ADN, la mayoría aún nos estamos pellizcando para poder creernos que estamos confinados en casa. Porque si, esto no es Corea, ni China, ni Irán, aquí han tenido que mandar al ejército para meternos en nuestras puñeteras casas. Ahora eso, si, cuando nos dejen salir que tiemblen los bares.

El problema es que primero fue la gripe A, que vienen el lobo, nos dijeron, y entonces las empresas montaron gabinetes de crisis, colocaron dispensadores de gel desinfectante por todas partes, los gobiernos compraron dosis ingentes de un medicamento milagroso contra el bicho opresor, que finalmente se quedaron almacenadas por siempre jamás.

Luego vino el Ebola, que viene el lobo, nos volvieron a gritar, y entonces seguimos con preocupación como la enfermedad avanzada por África arrasando todo a su paso, hasta el punto que hubo 2 casos en España, para los que habilitaron toda un planta del Hospital Carlos III de Madrid, se crearon nuevos protocolos, la gente contuvo el aliento, y al final en Europa no pasó nada.

Después llegó la gripe Aviar (¿o fue antes que el Ébola? no lo sé, la verdad no me acuerdo) las personas enfermaban por el mundo, en lo que parecía ser la amenaza de la gripe definitiva. Pero ahí quedó todo. Y el Sars, otra vez el lobo.

Ah, y antes de todo eso no nos olvidemos de las vacas locas, a cuya costa sacrificamos en toda Europa miles de reses. Pero bueno eso como principalmente fue en Gran Bretaña no nos importó mucho, se ve que el mal querer entre la isla y el continente viene de antiguo.

El caso es que cuando nos han gritado que viene el lobo, y además otra vez de China, que manda narices, a ver si están ya quietecitos de crear tanto bicho raro, y venía de verdad, no nos lo hemos creído. Ni nosotros, ni nuestros gobernantes, ni nadie. Sólo un pobre oftalmólogo en Wuhan pareció verlo venir, aunque de nada le sirvió porque las autoridades chinas (por si a alguien se le ha olvidado, China es una dictadura, y de las chungas) le silenciaron, y luego el pobre encima murió.

El lobo avanzaba impasible desde China hacía el resto del mundo, y los europeos como siempre lo veíamos por la televisión. Reconozcámoslo, los europeos siempre vemos las cosas por la televisión, más que nada porque lo realmente grave siempre pasa allende nuestras fronteras. Hasta que, oh, tocó territorio europeo. ¡Qué ya está aquí el lobo!, nos comenzaron a gritar, pero entonces dijimos, bah, eso es como otra gripe, más que nada porque nos habían gritado tantas veces que ya estábamos sordos. Para cuando el lobo nos ha comenzado a devorar, ha sido tarde, porque además unos supuestos pseudo liberales (madre mía si los liberales de verdad, los del s.XIX levantaran la cabeza y vieran como toman su nombre en vano...) habían recortado los puestos de leñadores, privatizado la gestión del bosque, y los recursos que tenían las ovejitas y su pastor, para defenderse estaban bastante mermados, es más, el lobo avanzó tanto que se cambió de cuento y se comió a la abuelita, sin que Caperucita pudiera hacer nada porque no podía ni ir a verla.

Esta crisis nos ha pillado con el paso cambiado, y nos ha hecho recordar a todos que aunque no lo vivimos, sólo una generación nos separa de la postguerra y el hambre, y hemos visto como en el imaginario colectivo están grabadas a fuego las cartillas de racionamiento y el estraperlo, lanzándose gran parte de la población a acaparar alimentos de manera compulsiva.

Lo que más me ha dolido de esta crisis, que nos tiene confinados a italianos y españoles en casa, es que la Unión Europea ha mirado para otro lado. Puede que sea una ilusa, pero soy europeista, y lo único que han hecho es esperar que les llegue el Coronavirus (si, lo nombro, esto no es una novela de Harry Potter donde el malo es literalmente quien no puede ser nombrado), y cuando Italia les ha pedido ayuda, sobre todo material médico han mirado para otro lado. Es más, ni siquiera se han puesto a tomar medidas serias para con sus propios ciudadanos, y eso que saben que en breve le llegará, porque como la Peste negra, este virus ha hundido fuerte su garra en el viejo continente, cuyos ciudadanos lo único que podemos hacer ahora es contener el aliento, y aguantar psicológicamente lo que podamos.

Un dato, en la última epidemia de Peste negra murieron tantos europeos que los señores feudales se quedaron sin mano de obra y tuvieron que empezar a pagar para conseguirla, fue el final de los siervos;  y como afectaba más a hombre que a mujeres, tuvieron que limitar en parte la antigua figura romana del pater familias, de manera que en aquellas familias donde sólo quedaron mujeres se les permitía tener derecho de propiedad sobre las tierras, y ser en definitiva independientes, fue el inicio de la liberación de la mujer.

Aunque parezca increíble, de todo siempre sale algo bueno, y antes de que nos demos cuenta, estaremos como al inicio de Aida, cantando "Retorna vincitor".

Ah, y por supuesto les vamos a demostrar al resto de europeos, esos estirados bárbaros del norte, que los pueblos mediterráneos tenemos algo de lo que ellos carecen, que sabemos improvisar y sobre todo que tenemos una gran capacidad para gestionar el caos, pues al fin y al cabo es un poco nuestro día a día.

Lo malo va a ser la crisis que va a venir después, algo que no sé si vamos a poder levantar a base de tapas.

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