jueves, 1 de diciembre de 2011

Españoles por el mundo

Parafraseando el título de un programa de televisión, quería plasmar en esta entrada la actual situación que vivimos en nuestro país, y que está llevando a muchos miembros de mi generación a emigrar. Emigrar, si, hay que comenzar a utilizar esa palabra sin tapujos, porque las personas no se están marchando a ver mundo, ni a vivir aventuras, sino a buscar trabajo, y eso es emigración.

No puedo evitar pensar que dentro de la gravedad, es algo que no le viene mal a mucha gente.  A aquellos que llamaban sudacas y panchitos (como odio esa expresión) a los sudamericanos, y miran con recelo a su alrededor cada vez que se cruzan con un árabe o un negro, aunque lleven traje y corbata. Los mismos que olvidaron que sus padres y abuelos, se habían tenido que buscar la vida en Alemania, Francia, Argentina, México.... eso pasa por desmemoriados.

Porque como dice el refrán "ni pidas a quien pidio, ni sirvas a quien sirvio". Porque en lugar de convertirnos en tierra de acogida para aquellos que buscan un futuro mejor, haciendo uso de nuestra memoria colectiva, España fue en muchos casos un lugar de recelo y abusos laborales.

Hay quien dice que es que antes los españoles se iban con un contrato, y ahora los inmigrantes no tienen papeles. Mentira. Como familiar de emigrantes, puedo afirmar que se iban con un billete de ida, un conocido que les ayudara los primeros días, y a buscarse la vida. Y quien no me crea, no tiene más que ver la tan manida "Vente pa Alemania, Pepe",  para contemplar a un Alfredo Landa escondiéndose de la policía alemana porque no tiene papeles.

Es cierto que desde aquellos tiempos este país ha cambiado mucho, pero eso no justifica que también nos hayamos vuelto amnésicos.

Abandonar tu país en busca de un supuesto futuro mejor, es algo más duro de lo que muchos piensan. No solo implica dejar atrás tu ciudad, tus amigos, tu familia, tu idioma y costumbres, sino que te aboca a un perpetuo desarraigo si el retorno se dilata en el tiempo. No quiero ni pensar, lo que debe suponer dejar como muchos hijos pequeños, con todo un océano por medio.

Mi pareja lleva año y medio en paro, a pesar de ser licenciado universitario, hablar dos idiomas, y tener más de una década de experiencia laboral. Y como él mucha gente. Somos una generación que en un momento tildaron de X, pero que más bien se debería haber bautizado con un signo de interrogación; el símbolo del futuro que nos espera.

Está pensando muy seriamente irse al extranjero, como otros muchos hicieron antes que él, como otros tantos lo harán después. En su caso, es un viaje de ida y vuelta, pues ya vivio la experiencia hace muchos años. Y yo me planteo, ¿cómo sería mi vida en otro lugar? un lugar cuyo idioma desconozco, cuyas costumbres me son ajenas, y en el que sería, no nos engañemos, una ciudadana de segunda. Eso sin contar con el hecho de tener que abandonar mi amado Madrid, mis calles, mis colores, mis olores, mis recuerdos, mi familia... sin una fecha de regreso por obra y gracia de la economía.

Porque no es lo mismo ser un eramus veinteañero que se marcha un año a vivir la fiesta por Europa, que un treinteañero con sensación de derrota cuando apenas le han dejado iniciar la batalla.

Para terminar, quisiera compartir con todos vosotros, un artículo publicado en El País, que me ha enviado esta mañana una buena amiga desde Frankurt, una de esos Españoles por el mundo.


CONCHA CABALLERO
Las ilusiones perdidas
Hasta hace poco era un privilegio de los nuevos tiempos que les permitía gozar de una libertad sin límites, de un mundo sin fronteras, de una capacidad casi infinita de aprendizaje... Hasta que llegó la crisis y la maleta pareció distinta, la espera en la fila de embarque más embarazosa, la despedida más triste y el fantasma de la ausencia definitiva más cercano.
No. No llevan maletas de cartón, ni hay aglomeraciones en el andén de la despedida. No se marchan en grupo, sino uno a uno. Aparentemente nada les obliga. Ha sido una cadena invisible de acontecimientos. Estuvieron allí hace unos años, o tienen una amiga que les ha informado de que puede encontrar algún trabajo con facilidad. No pagarán mucho, eso es seguro, pero podrán ganarse la vida con cierta facilidad... A fin de cuentas aquí no hay nada.
Y se marchan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de savia nueva que sale sin ruido de nuestro país, desmintiendo la vieja quimera de que la historia es un caudal continuo de mejoras.
No hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni adonde se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes. Son, más bien, una microhistoria que se cuenta entre amigos y familiares. "Mi hija está en Berlín", "se ha marchado a Montpellier", "se fue a Dubai" son frases que escuchamos sin reparar en el significado exacto que comportan. Escapan a las estadísticas de la emigración porque suelen tener un nivel alto de estudios y no se corresponden con el perfil típico de lo que pensamos que es un emigrante. Quizá en las cuentas oficiales figuren como residentes en el extranjero, pero deberían aparecer como nuevos exiliados producto de la ceguera de nuestro país.
En los tiempos de crisis que detallan cada euro gastado nadie computa los centenares de miles de euros empleados en su formación y regalados a empresarios de más allá de nuestras fronteras con una torpeza sin límites, con una ignorancia sin parangón. Menos aún se cuantifican el esfuerzo de sus familias, las ilusiones perdidas y sus sueños rotos en mil pedazos.
No llevan maletas de cartón, pero componen un nuevo éxodo que azota especialmente a Andalucía, que dispersa a nuestros jóvenes por toda Europa y gran parte del mundo, que nos priva de su saber, de su aportación y de su compañía. Pero, aparentemente nadie se escandaliza por esta fuga de cerebros, lenta pero inexorable, que nos privará de muchos de nuestros mejores talentos. Nadie protesta por esta nueva oleada de exiliados que son una acusación silenciosa del fracaso y de engaño. Se van en silencio por el túnel de embarque en el que les alcanzará la melancolía por la pérdida temprana de su tierra.
No son, como dicen, una generación perdida para ellos mismos. No son los socorridos ni-nis que sirven para culpar a la juventud de su falta de empleo. Son una generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro. Un tremendo error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos.

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